Así Fue Mi Primer Salto de Puenting

¡Bueno, pues aquí estoy, lista para contarte cómo, en un arrebato de valentía (o quizás de locura), decidí por mi propia cuenta y riesgo que quería probar el puenting! Te voy a relatar el «cómo», el «dónde» y, sobre todo, el «¿en qué estaba pensando?». Además, te diré si realmente valió la pena, o si simplemente debería haberme quedado en casa viendo Netflix… desde la seguridad del sofá. Y, por supuesto, las conclusiones que saqué después de haberme lanzado al vacío.

La decisión de saltar

Te preguntarás, ¿en qué momento te pasa por la cabeza, que saltar desde un puente es una buena idea? Pues déjame ponerte en contexto: hace un año y medio, más o menos (con 22 años), tuve la brillante idea de hacer un viaje de Interrail, y como no pude cuadrar el viaje con ningún amigo/a, decidí ir sola. Y claro, si sumas los factores «yo» + «viaje sola» = ¡aventuras y adrenalina! Spoiler: cuando viajas sola, tu cerebro empieza a tomar decisiones cuestionables… como lanzarte al vacío atada a una cuerda. Eso, o quizás estoy un poquito loca y tengo una relación muy estrecha con la adrenalina. Todavía no lo he decidido.

Entonces, todo comenzó en mi primer destino de Interrail: Interlaken, Suiza. Un lugar famoso por ser la meca de los deportes de riesgo y aventura. Había tantas actividades tentadoras que quería probar… pero claro, mis ahorros tenían que sobrevivir todo un mes de viaje y, por supuesto, que esta no iba a ser la única locura que iba a hacer. Así que, después de mucho debate interno, decidí que, si solo podía hacer una, iba a ser el puenting (en parte porque era de lo más asequible… y aun así me dejé 150 €).

Interlaken, parapente
Aquí aterrizaban cientos de parapentes al día (Interlaken)

Sé lo que algunos estarán pensando: «¡Yo no me tiro ni gratis, y esta se gasta 150 euros!». Pues sí, amigos, así de loca estoy. No solo pagué por lanzarme al vacío, sino que además lo hice con una sonrisa… al menos antes del salto.

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El día del salto

Llegó el día. Me acerqué al punto de encuentro donde nos recogerían para llevarnos rumbo a la aventura de puenting, que estaba en un pueblecito cerca de Interlaken llamado Grindewald (precioso por cierto). Una vez llegamos, pudimos ver la plataforma desde donde íbamos a saltar (que, en este caso, no era un puente), se veía lejos y bastante alto. La verdad es que en esos instantes estaba muy tranquila e incluso con ganas de saltar.

La plataforma del puenting a lo lejos
Esa era la plataforma que se veía desde abajo

Antes de acercarnos a la plataforma, los monitores nos entregaron todo el equipo necesario, y lo primero que hice fue asegurarme de que podría llevar mi GoPro para grabar el momento glorioso en el que me tiraba al vacío. No tenía muy claro si me dejarían, ya que ellos mismos te grababan y después te vendían el vídeo por otros 50€ (porque claro, ¿qué mejor forma de recordar que pagaste para casi infartarte?). Pero me dieron el OK, así que, con ese pequeño alivio en mente y el equipo puesto, nos dirigimos a la plataforma. Y ahí fue cuando me di cuenta de lo real que se estaba poniendo todo.

El momento de la verdad

Llegó el momento. Ya estábamos en la plataforma, y alguien tenía que ser el primero en saltar. Para mi sorpresa, algunos se ofrecieron voluntarios, y más adelante me arrepentí de no haber sido uno de ellos. Toda la tranquilidad que había sentido hasta ese momento comenzó a desvanecerse lentamente a medida que veía cómo la gente se lanzaba, uno por uno, y mi turno se acercaba peligrosamente.

El nerviosismo en el ambiente era palpable, y con cada salto mi corazón latía un poco más rápido, como si intentara prepararse para el salto antes que yo. Entre salto y salto había que esperar unos 10 minutos, lo cual, honestamente, era demasiado tiempo para pensar en lo que estábamos a punto de hacer. Te daba tiempo de sobra para reflexionar, intentar calmarte y luego volver a asustarte. Sinceramente, creo que es mejor tirarse de los primeros para que no te dé ni tiempo para pensar lo que vas a hacer (mi opinión). Cuanto más tardes, más estás pensando en ello y más nerviosa te pones.

Poco a poco, el grupo en la plataforma se iba reduciendo, y con cada persona que saltaba, me sentía más expuesta, pronto me tocaría saltar a mí.

El salto del puenting desde la plataforma
Estas eran las vistas del salto desde la plataforma (90 metros)

Una pequeña curiosidad: al segundo salto (éramos unos 15 en total), la GoPro principal que la empresa usaba para grabar nuestras caras decidió que también quería un poco de adrenalina y se cayó al agua… y no hubo forma de recuperarla. Así que, nos quedamos sin la opción de comprar la épica grabación de nuestra cara en pleno pánico (aunque en mi caso no me importaba mucho, porque ya llevaba mi propia GoPro, aparte de que era bastante caro).

Poco después, llegó mi turno. Me engancharon las cuerdas en hasta cinco puntos de anclaje en mi arnés (porque claro, si alguna falla, tienes otras cuatro para salvarte la vida… todo muy tranquilizador). Una vez que todo estaba listo, me acerqué al borde. Ahí estaba, frente a mí, una caída de 90 metros de pura incertidumbre, y si en «3, 2, 1…» no saltas, no te preocupes: te empujan. No hay escapatoria.

Y en ese instante, justo antes de saltar, aunque no lo quieras admitir, te estás literalmente cagando de miedo. Piensas que estás completamente loca, y te preguntas por qué, de entre todas las ideas que pudiste tener, elegiste esta. Pero aquí no hay tiempo para reflexiones profundas; lo mejor es no pensar. Así que, antes de que me empujaran y sin pensarlo dos veces, a la de tres… salté.

Aquí está el video del salto que grabé (como pude, ¡ya sé que no es la mejor grabación del mundo, pero bastante tenía con lanzarme!). Creo que mis gritos representan muy bien lo que sentía en cada momento del salto ¡Jajaja!

Me alegro de no haber grabado mi cara, porque esos primeros segundos de caída libre tenían que ser dignos de un meme. Mi expresión de puro pánico seguramente resumía todo lo que estaba sintiendo en ese instante: miedo. Pero todo cambió en cuanto sentí el tirón del arnés sujetándome, balanceándome suavemente por encima del río, como si de repente me hubieran subido a un columpio gigante.

Esa sensación de alivio fue indescriptible, y en cuestión de segundos, el miedo se transformó en pura adrenalina y euforia. Era como si todo el pánico hubiera valido la pena, reemplazado por la emoción de estar colgando en medio de un cañón, sabiendo que había sobrevivido para contarlo… ¡Y para querer hacerlo de nuevo!

El después

Una vez me rescataron del salto, me quedé abajo observando cómo los compañeros que aún quedaban iban saltando uno a uno. Mientras tanto, comentábamos entre nosotros la experiencia, intercambiando impresiones sobre la sensación de lanzarse al vacío. Lo curioso es que, por mucho nerviosismo o miedo que tuviéramos al principio (y créeme, vi a gente muchísimo más aterrorizada que yo), al final todos coincidimos en que la experiencia había sido increíblemente gratificante.

Esa sensación de alivio y euforia al final del salto lo hacía valer absolutamente la pena. De hecho, te quedas con ganas de volver a hacerlo, como si el cuerpo te pidiera repetir la dosis de adrenalina. Claro, luego recuerdas que cuesta 150 euros… y la emoción de repetir se disipa un poquito.

Reflexión final

Te preguntarás: ¿vale la pena? La respuesta es un rotundo sí. Es una experiencia que recomiendo probar al menos una vez en la vida. Es un reto que va más allá de lo físico, es mental, y el subidón de adrenalina que sientes al saltar es indescriptible. La satisfacción que sientes después, al darte cuenta de que lo conseguiste, es simplemente increíble. ¡Si te gustan las emociones fuertes y las experiencias inolvidables, no lo dudes, lánzate! Vale cada segundo.

Y aunque lo tuyo sean las actividades más tranquilas, te animo a que lo intentes, aunque sea una sola vez. Es una de esas experiencias que recordarás por siempre, y te prometo que no te arrepentirás de haberla vivido. ¡Créeme!

Al final, recuerda que cuando decides hacer un salto de puenting, lo más importante es asegurarte de elegir una empresa con experiencia y una excelente reputación. No se trata solo de lanzarse al vacío, sino de hacerlo con la tranquilidad de que los materiales son de calidad y los monitores saben lo que hacen. Necesitas un equipo que te inspire confianza, te apoye si te entran dudas (o pánico) y que, además, consiga hacer la experiencia divertida y lo más relajante posible… dentro de lo que cabe cuando te estás tirando desde una altura considerable. ¡Ese toque humano hace toda la diferencia!

¿Te animas a probarlo? ¡Atrévete a dar ese salto y cuéntame cómo te fue! Si ya has vivido la experiencia del puenting, comparte en los comentarios cómo te sentiste, si fue tan aterrador o emocionante como esperabas. Y si tienes alguna duda o estás pensando en lanzarte por primera vez, ¡no dudes en preguntarme! Estaré encantada de ayudarte a aclarar tus nervios (o aumentarlos, según sea el caso). 😉

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